martes, 23 de abril de 2019

ESE GENUINO SABOR ESPAÑOL



   La verdad es que no recuerdo qué afición llegó antes a mi vida, si la música o las motos. Ambas marcaron de manera significativa mi trayectoria hacia la adolescencia y, en ambos casos, con un estilo y procedencia similar.

   La figura de los USA siempre la he tenido presente en todo lo que me rodeaba desde muy pequeño en el barrio donde me crié. La influencia yanqui se dejaba notar, en parte, por la cercanía de la Base Aérea de Torrejón de Ardoz y la presencia de su destacamento de la USAFE. Debido a esa proximidad, algunos barrios de Alcalá servían como parte de una ciudad dormitorio para militares y civiles, que desempeñaban labores en la zona americana y, que por algún motivo, aborrecían la monótona vida cuartelera de la base. Mi barrio fue uno de ellos.
   
   Lo insólito se convertía en cotidiano y resultaba habitual ver estacionado un Pontiac Fireblade o un Ford Mustang en medio de un Seat 600 y un 124; las típicas “Dragster Bikes” como la Kawasaki Eliminator; algún que otro joven disfrutando de su bicicleta Chopper de manillar elevado y con freno en el buje trasero… o con los monstruosos monopatines Makaha, que podían llegar a medir el doble que un Amaya nacional. El “American Way of Life” lo llamaban… O como rezaba el spot de una conocida marca de tabaco, “el genuino sabor americano”.
   
   Ese estilo de vida que un chaval de la humilde España de los setenta descubría con asombro a la vez que con cierta envidia, pero siempre con esa admiración que merecían los ciudadanos de un país que sabían disfrutar como nadie de una vida con plenitud. Algo que las mismas películas o series procedentes del otro lado del charco, y que por entonces televisaban por la pequeña pantalla en blanco y negro, se encargaban de mantenernos bien presente.

   Esa misma influencia que dejó huella hasta bien entrada la década de los noventa, es la que fue apartando por el camino infinidad de amigos que se encargaron de orientar mis gustos musicales hacia un género con estilos afroamericanos, procedentes del soul, funk, R&B… música hecha para una inmensa minoría. Prueba de ello fueron la presencia de grandes salas en la zona de El Corredor del Henares (Stone’s, Aleko’s… o Nubes en Madrid) y que sustentaban a sus Dj’s con infinidad de vinilos producidos más allá del Atlántico; se abrían las conocidas tiendas de música de importación. Establecimientos de culto que solíamos visitar con entusiasmo esperando encontrar las novedades procedentes de los USA o GB.  
         
   Pero estamos a finales de los ´70, y escucho en el Sanyo familiar la melodía de uno de mis grupos favoritos de la época, Earth, Wind & Fire (Can’t Let Go); me encuentro por un momento disfrutando de dos de mis grandes pasiones, hojeando un Motociclismo y rodeado de algunos de los posters que mi hermano arrancaba de las revistas e iba colgando de las paredes, aportando una agradable nota de color frente al insulso lienzo blanco que la habitación presenta.

   La imagen de pilotos americanos como Steve Baker, a lomos de su Yamaha 750, Pat Hennen con la Suzuki del equipo Texaco o Kenny Roberts en su 500 GP, aparecen junto a otro gran piloto de motocross, Marty Moates, que hace retorcer el puño de gas a su preciosa OSSA 250 Phantom (por cierto producto nacional), y enfila a una rueda la salida de un peralte … o cómo olvidarme de la presencia de Dennis Hopper y Peter Fonda, que a los mandos de sus motos de largas suspensiones y manillares imposibles en su película Easy Rider –por cierto de las pocas filosofías USA que nunca he seguido con pasión- centran toda la atención de la estancia. Ese genuino sabor americano que el sr. ‘Winston’ siempre se empeñaba en recordarnos.

   Haciendo piña en la pared contigua, los 'nacionales' crosseros como Ignacio Bulto, Tony Elías, Fernando Muñoz, Mendívil… ponían la nota discordante esperando dar su gran salto entre los reconocidos y laureados pilotos internacionales; si, ya sé que a estas alturas uno de nuestros mejores embajadores en el mundial, D. Ángel Nieto Roldán, iba en busca de un nuevo título y, por supuesto, no podía faltar su gloriosa figura en la habitación nada menos que a lomos de una Minarelli 125, moto con la que ese mismo año 1979 iba directo a su decimo.  

   Pero es cierto que cuando te encuentras en la edad de la irreverencia, siempre creas tus propios héroes a los que admiras hechizado en cierta forma por su manera de combatir en pista. Auténticos maestros venidos al mundial con método innovador  y gran técnica. Un pilotaje nunca visto hasta ese momento, y que se origina en gran medida gracias a los Grand National, una competición mezcla de velocidad y Dirt Track, especialidad del fuera asfalto que constaba de carreras sobre óvalos de milla, media milla y cuarto de milla en pista de tierra o ceniza, a lomos de potentes monturas de 750 c.c., que servían al piloto para alcanzar gran destreza y sensibilidad a la hora de hacer deslizar la moto. Auténticos domadores de poderosas mecánicas 2T y gran cilindrada, capaces de desplegar potencias brutales lejos de las sencillas y esbeltas 50 y 125 c.c. mundialistas. Esos eran los pilotos americanos de velocidad.  

   Aunque los primeros americanos en pisar el mundial serían Pat Hennen y Steve Baker -1976/ 1977- logrando una tercera plaza el primero y un subcampeonato el segundo, no serìa hasta 1978 cuando verdaderamente se iniciaría una nueva era en el Mundial de 500. 

   Kenny Roberts fue el primero de mis venerados en abrir la brecha de un certamen hasta ese momento vetado a los estadounidenses. Logró hacerse con la corona de los 500 c.c. gracias al innovador estilo con el que hacía deslizar la parte trasera de su moto rodilla en el suelo a la hora de abordar los virajes, motivo por el que pronto se le conocería por el sobrenombre de ‘Marciano’. Sus tres títulos consecutivos le harían posteriormente acreedor de tal apodo y su hijo Kenny J.R. en el 2000 devolvería otro entorchado a las vitrinas familiares

   Pero las gestas de este visitante de Marte no quedarían aisladas y pronto nuevos alienígenas aterrizarían en la categoría máxima del mundial de velocidad, haciendo elevar así mi interés por una nueva raza de pilotos aguerridos llegados de aquel país tan admirado por mí.

   La aniñada apariencia de Freddie Spencer, que muy pronto se convertiría en el piloto más joven en ganar un campeonato del mundo en la categoría reina en 1983, no resultaría un pretexto para poder hacerse con las riendas del campeonato “marciano”, dejando el pabellón en un escalón más que meritorio al lograr la consecución de dos títulos más en una misma temporada:500 c.c. y 250 c.c., una gesta materializada en el año 1985. Gesta de la que fui testigo de excepción ese mismo año en la carrera celebrada en el madrileño circuito de El Jarama con motivo del G. P. de España.

   Conviviendo casi a la par y llegando a ser el relevo de el de Luisiana en la categoría máxima, se encontraba Eddy Lawson, al que muchos consideraban el americano más dominador de la categoría, consiguiendo anotarse cuatro títulos mundiales (1984, 86, 88 y 89) con distintos equipos y hasta con marcas diferentes, logrando alcanzar este último con Honda después de haberlo hecho con Yamaha en los anteriores.

   El dominio americano se hizo más patente si cabe, y lo hacía estrenando nueva década. Los protagonistas, Wayne Rainey y Kevin Schwantz, que serían los encargados de poner la categoría reina al rojo vivo con aquellas batallas épicas en pista, solo entreveradas en ocasiones con la presencia de los aussies de Honda Gardner y Doohan. Rainey acabaría por conseguir el campeonato del mundo en tres ocasiones (1990, 91 y 92) y siempre con Yamaha. Para muchos era un piloto con un estilo fino y depurado, de marcado carácter diferenciador con el resto de pilotos americanos hasta ese momento. Un campeón que no siempre contó con la mejor moto, o los mejores neumáticos de la parrilla a la que se enfrentó. Alguna de sus señas de identidad más características en las carreras, venía dada por esa facilidad de ganar en solitario desde que se apagaba el semáforo rojo.

   Pero el californiano tendría una dura oposición todos esos años, y de manera bastante clara, en la figura del larguirucho tejano de pilotaje extravagante, Mr. Kevin Schwantz. Un duro opositor que lograría alzarse finalmente con ese mundial tan deseado en 1993, en dura pugna con Wayne hasta su fatal accidente del G.P. de Italia en el Circuito de Misano. Algo que dejaría bastante marcado al tejano, ya que posiblemente sería causa mas que probable por la que en el G.P. de Japón de 1995 colgaría sus botas definitivamente.

   Y aunque resulte un desfase en el periodo espacio/tiempo, no me quiero olvidar de otro de mis grandes mitos americanos que decidieron dar el salto al mundial de las dos ruedas y probar las mieles del éxito en la categoría reina, aunque esta vez en la de las mil cuatro tiempos. El malogrado Nicky Hayden, todo pundonor, conseguiría hacerse en 2006 con un merecidísimo mundial gracias a la gran regularidad demostrada durante toda la temporada.

   Como regulares a la hora de dar emoción en la pista fueron también otros tres grandes americanos que cierran la lista de mis pilotos leyenda, pero esta vez sin mundial. No puedo -ni debo- olvidarme de Randy Mamola, John Kocinski o Ben Spies, protagonistas de épicas batallas en multitud de carreras y asiduos visitantes del podio rodeados siempre junto a los más grandes.

   Y ahora me veo cuarenta años después con esa perspectiva reposada que los años te otorgan y pienso: ¡hay que ver lo que hemos cambiado! -que dirían Sole Jimenez y sus Presuntos-; si ahora los “marcianos” los tenemos en casa...

   Quién me hubiera dicho hace cuatro décadas que seriamos el país referencia en una clase que teníamos vetada por un incomprensible encasillamiento dentro de las categorías pequeñas. Gracias a valientes pioneros como Sito Pons, Joan Garriga, Juan López Mella, Juan Bautista Borja, Jose D. de Gea, Alberto Puig, Carlos Checa,… y tantos otros pilotos -incluido nuestro campeonísimo Nieto que realizó alguna incursión breve- que allanaron el camino para que se materializase el primer título de un español en la categoría reina del mundial de velocidad: D. Alex Criville. Él fue el encargado de abrir el melón de un vivero de pilotos que desde el comienzo de este milenio han abarrotado las parrillas de Moto GP y en la que Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo han sido la punta de lanza hasta la llegada de otro fenómeno.


  Quién me hubiera dicho cuatro décadas después que el máximo exponente y referencia de la categoría reina sería un piloto nacional. Un español que reúne las cualidades técnicas de aquel marciano que revolucionó el Mundial de Velocidad de la misma manera que lo ha hecho este alienígena de Cervera en Moto GP, al que estoy seguro le llegará su octavo y no será pasajero. Marc ha sabido recuperar esa vieja tradición de los óvalos americanos, y al igual que aquellos legendarios pilotos del AMA, utiliza esta especialidad y el motocross como base de un entrenamiento que le aportan sensibilidad y equilibrio encima de la moto. ¿Casualidad o causalidad? 

   Pero es que el dominio no sólo se limita a Moto GP. Llevamos décadas tiranizando el trial y dejándonos ver en enduro, enduro extremo y raids... Y ahora para colmo contamos con la presencia de un joven rapaz, Jorge Prado, el cual está llamado a escribir grandes gestas en MXGP después de conseguir el año pasado el primer mundial de MX2 para nuestro país. Tampoco quiero olvidarme del WSBK, especialidad que Carlos Checa lograría anotarse en 2011 consiguiendo así el primero de la especialidad para nuestro país. Un certamen de claro dominio anglosajón hasta la fecha, pero que Álvaro Bautista se está encargando de poner patas arriba no exento de polémica.

   ¿Volveremos a ser de nuevo un imperio, como nos recordaban Los Nikis en su estribillo de "El Imperio Contraataca"? Yo por si acaso voy a seguir disfrutando de ese genuino sabor español que nos brinda nuestro motociclismo actual. 




Miguel Ángel Eguía.

@eguiaonroad


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