Pensando en la proximidad
del Gran Premio de Japón de Moto GP que se celebrará este fin de semana en el
Circuito de Motegi, me vienen a la memoria aquellas carreras que visionaba con
cierta somnolencia, pero siempre con especial predilección -aunque fueran de
madrugada, taza de café en mano y remojón de careto en el baño incluido-, en el siempre cautivador
circuito de Suzuka. “La batalla del Pacifico”, denominaba la prensa escrita a este periplo de oriente,
al coincidir en alguna ocasión con las tres carreras asiáticas, Japón, Malaysia
y Australia –igual que en la actualidad-. Aunque no siempre en el mismo orden,
ni las tres juntas. Pero si que hubo una etapa –siempre empezando desde el ‘89-
en que Japón era el comienzo de las hostilidades de un campeonato siempre
esperado por los aficionados. En total fueron siete, las ocasiones en las que
esta carrera formó parte del pistoletazo de salida del mayor evento mundial de
las dos ruedas hasta que, en 2003, su seguridad se viera más que censurada debido al desgraciado fallecimiento de Daijiro Katoh cuando se celebraba el
G.P. de Japón aquel año.
Pero antes de terminar
hablando del lamentable suceso, deseo hacer un alto en algunas de las carreras que me han marcado en más de una
década de retransmisiones (hasta 2004) madrugadoras o trasnochadoras, dependiendo
si el lugar de procedencia era o no la cama. Ya sé que de primeras es
inevitable no recordar aquellas batallas épicas entre australianos y
americanos… Swantz, Rainey, Gardner, Doohan, Lawson… Pero que sería de éstos
sin ese ingrediente extra que este ‘GePe-japoné’ siempre añadía con la
presencia de algún ‘Wild-Card’. Sobre todo en la categoría de 125 donde eran legión y se ganaron a pulso el sobrenombre de "Kamikazes"... Los Saito, Unemoto, Wada, Wakai, Nakajoh, Manako, Sakata, Ueda,... son algunos de los pilotos ilustres que demostraban sus habilidades en calidad de invitados como si de un Kasting se tratara para, con un poco de suerte, dar el asalto final a toda una temporada. Algunos así lo consiguieron.
Y así de pronto, me viene a la memoria aquella
carrera gloriosa del ’94 que protagonizó un joven piloto de ojos rasgados que
dejaba asomar su larga melena por la trasera de su casco y, que por unos
minutos, se convirtió en el héroe de Suzuka. Norifumi Abe. Aquel insolente
jovenzuelo hizo soñar a los presentes con un pódium, cuando a partir de la
vuelta quince, ya era parte del grupo de cabeza (3º) y se pegaba como un
sello al colín de la NSR 500 de Michael Doohan en la conocida curva de
izquierdas que proviene de la larga recta, para a continuación terminar asestando un hachazo
al todopoderoso piloto aussie. La excesiva vehemencia del piloto asiático, hace
que dos curvas más adelante acabe revolcándose por la grava del circuito. Pero
el sello de calidad había quedado y eso le sirvió para que Kenny Roberts se
fijara en él y le incluyera en su equipo Yamaha Marlboro al año siguiente.
Pero el ’95, pese a las
expectativas mostradas, no fue todo lo que se esperaba del imberbe y
desmelenado piloto japonés en su circuito talisman. Tan solo el tercer puesto
de Brasil pudo maquillar una temporada que sirvió como adaptación a la siempre
difícil categoría del ‘Medio Litro’. Incluso para todo un crack como Abe. Esto
dá paso a Suzuka ’96.
Los pilotos foráneos
siempre llamaban a este circuito “la boca del lobo”, ya que las carreras se
ganaban o se perdían fácilmente debido a la numerosa presencia de pilotos
locales en todas las categorías, que siempre contaban con alguna ventaja de
apoyo de fabrica y el importante factor campo. Pero ese año el único y
auténtico ‘lobo’ en la categoría de 500 fue Norick, que por fin se hace con el
primer peldaño del cajón y delante de sus paisanos, devolviéndoles así aquella
carrera que no pudo terminar; “Este fin de semana le dije al chico que
corriera con la cabeza, no con los huevos”, respondía con socarronería
el siempre irónico, pero inteligente Roberts tras la carrera. Y eso que el fin
de semana comenzó poco prometedor, firmando en entrenamientos una pobre
undécima posición. Pobre si tenemos en cuenta la primera línea (3º) conseguida
por su compañero de equipo Jean Michel Bayle, que ese año comenzaba etapa en
500 gracias al buen ojo de King Kenny. Pero una vez se da la salida en el
primer paso por meta, Abe ya se encontraba en la 4ª posición; Doohan tiene que
retirarse yendo primero por un problema de encendido en su Honda. A partir de
ese momento el japonés daría todo un recital de derrapajes, dejando su firma en
el asfalto constantemente. Todos creían que acabaría por los suelos. “Cuando
me he ido solo, yo era mi peor enemigo. Estaba recordando mi caída del ’94 y
sólo esperaba que llegara el final de la carrera, ¡que no llegaba nunca! (…) He
escuchado bien los consejos de Kenny, y los sigo paso a paso. Ahora sé que
tiene razón y que debo cambiar mi estilo de pilotaje si quiero ganar”,
declaraba un exultante Norick después de ganar la carrera, con el español Criville a más
de 6 segundos y un Scott Rusell que conseguía el primer pódium de su carrera mundialista
con la 'Suzi'. Esa temporada Abe lograría sumar otros tres pódiums más que le
situarían en el quinto lugar final de la tabla. La mejor temporada, donde Igualaría su número de pódiums
en el ’99, pero con una sexta plaza final.
Una de las muchas características
que distinguían a la pista en las fechas en las que se celebraba el G.P., era la de correr
en mojado, ya que se hallaba en plena época primaveral, estación que comenzaba lluviosa
y no paraba casi en todo el verano en la isla. De ahí que Dorna se replantease
dejar la gira asiática para final de año como se hace en la actualidad. Sé que hay mucho detractor de la
pista humeda, pero a mí me apasiona ver como se domina la caballería en unas
condiciones tan delicadas. Es como andar en el filo de la navaja. Incluso con
las 250.
Una de las que me dejaron huella fue aquella del alemán Ralf Waldman
en el Suzuka del ’95, en una pista
no mojada… lo siguiente. El diluvio universal no dejó de caer incluso en carrera,
embalsando el asfalto con un nivel importante de agua en muchas de las zonas
sin drenaje, lo que provocaba la aparición de ‘aquplaning’ aunque no quisieras.
¡Lluvia para aburrir a los caracoles!, que diría algún redactor.“Prefiero que la carrera sea en
seco, seguro, pues somos más competitivos ahí”, declaraba el prudente
alemán el sábado después de entrenamientos. Quién lo diría después de ver el
carrerón... Y es que ya desde la salida Okada toma la delantera escapándose y
tomando metros respecto de Romboni, que rueda segundo hasta que el cigüeñal
de su NSR dice basta. En ese momento Ralf toma la segunda posición y comienza a
restarle distancia a un Okada, que comienza a flaquear cayendo mucho antes de ser alcanzado y dejando la
primera posición en favor de Waldi, que logra llevarle una ventaja de más de 30
segundos a Nobuatsu Aoki. En ese momento la pista estaba para ir en trainera y
se podía apreciar a cámara lenta por tv, como Waldman salva una y otra vez la pérdida
de su tren delantero del ‘aquaplaning’, hasta que irremediablemente se va a la
grava y cae. “Me volví loco a los controles japoneses que empujaran mi moto”,
y es gracias a esos más de 30” que reanuda la marcha y consigue la victoria
delante de Aoki y el ‘Wild-Card’ Sadanori Hikita. Uno de esos pilotos con Honda
RS y kit HRC pata negra.
Otra de las carreras en
lluvia que no olvidaré y tengo presente -Suzuka '02-, fue la que inauguró la nueva categoría
4T en la clase reina, donde aquel año, cohabitaron los motores de agujeros
(2T), con los de válvulas. Y aquí en este medio las diferencias iban a ser más
que notables. No solo por la electrónica aplicada en sus motores y el mayor
poder de tracción a bajas vueltas, si no por unos Michelin peludos que
beneficiaban con mucho a esta mecánica, ya que la marca se volcó en su
desarrollo en pretemporada. Lógica respuesta. Ya en la salida de la carrera, bajo un aguacero
importante, es Oliver Jacque con su Yamaha 2T quién se pone en cabeza en la
primera curva; mucho me temo que hubiera sido adelantado por alguna de las 4T
de cabeza, pero fue un stop & go por anticiparse en la salida el que lo
relega en primera instancia a posiciones retrasadas. Un Akira Ryo con la Suzuki
GSV-R coge la cabeza con decisión, y tras él la tercera RCV 211 oficial de Itoh
le sigue con dificultad, tanto, que en 7 vueltas Valentino Rossi ya es 2º y se
acerca a Ryo, que hace lo posible en una pista que cada vez hace más honor a
su apellido. En ese momento comienza el ‘Show de Sete’. Parecía increíble verle
derrapar una y otra vez de ambos trenes entrando a la chicane antes de meta. La
era del 4T nos dejaba imágenes inéditas hasta entonces. Pero sus ganas y exceso
de fogosidad le hacen caer a la entrada del túnel, dejando a Carlos Checa
tercero y un Rossi que cada vez se le echaba más encima al japonés en las
frenadas. Hasta que en la vuelta 6 prepara el ataque en la chicane, sobrepasándole
y llegando al final de carrera en estas posiciones. La primera victoria de
Rossi con la V5. Todo un gran estreno.
Otros grandes estrenos que
han abierto Suzuka -año '90- y se quedan en mi retina, como el de el debut en la
categoría de 500 de los dos españoles, Sito Pons y Juan Garriga. Los eternos
rivales de la clase media estrenaban monturas en el siempre complicado circuito
nipón y con resultados dispares. Garriga no pudo pasar de una discreta y lógica
decima posición, mientras que Sito se hacía con una magnifica quinta plaza
final gracias, en parte, a una Honda más versátil entonces que la Yamaha y a la decisión de
Michelin de equipar su moto con unos neumáticos Serie A, sólo reservados a los
pilotos top de la categoría. Kevin Magge entraría cuarto con su Suzuki montando
los Serie B gracias a una mayor experiencia.
Pero el estreno más sonado
sin duda en una apertura de mundial, iba a ser el de Suzuka ’98 y la victoria
de Max Biaggi en su primera carrera en la difícil categoría. Como buen romano
hizo suya la máxima de Julio Cesar, “veni, vedi, veci”, dejando en tela de
juicio todas esas teorías y esquemas que afirmaban que el paso de los 250 a los
500 necesitaba una etapa de aprendizaje. “Si ganas eres un héroe, si pierdes una
mierda”, manifestaba un Biaggi post carrera que, aunque feliz por el
triunfo, no dejaba de pensar las veces que le habían atizado la temporada
pasada los chicos de la prensa. Pero es que si algo bueno tiene el paso del tiempo,
es que deja ver con perspectiva la realidad de las cosas y lo complejo que es
alzarse al final con un mundial, que después de aquel día, muchos daban por
hecho que sería propiedad de Max; “he llamado a Sito para decirle que debemos
dejar 500, que más nos valdría comprar un par de RS 250 y volver”, declaraba
un irónico Manolo Burillo que siempre se ha caracterizado por llamar a las
cosas por su nombre.
Y es que al final no era
para menos. Max Biaggi Salió en carrera con insolencia y determinación,
llegando a tener una distancia de 10,5 segundos con respecto a sus
perseguidores, que únicamente se redujo a su llegada a meta en 5,4” en relación
a Okada y un sorprendente Norick Haga que subió al cajón con su Yamaha. Biaggi
se convertía así por derecho propio, en el segundo piloto en ganar un G.P. el
día de su debut en 500 desde Jarno Saarinen en 1972. Al final terminaría el fin
de semana consiguiendo lo que en F1 se conoce como el ‘Grand Chelem’. Toda una
proeza.
Y como el tema da para mucho y sin quererme
extender en exceso, terminaré como empezaba. Recordando aquel triste Gran
Premio de Japón de 2003 que iniciaba otra campaña mundialista, pero que
cerraría para siempre las puertas del circuito de Suzuka al Mundial de Dorna debido
al terrible accidente sufrido por el joven piloto Daijiro Katoh. La gran
esperanza para tener definitivamente un campeón del mundo japonés en la máxima categoría.
Ese año era uno de los favoritos para llevarse el entorchado y así lo ratificaban
los buenos entrenamientos realizados en pretemporada. Pero al final todo se
acaba en un momento. Y es que la carrera no comenzó del todo bien para Katoh,
teniendo que remontar a marchas forzadas desde la posición once del pelotón,
mientras Capirossi, Rossi y Biaggi tiraban de la cabeza. Y es esa impaciencia
por conectar con las primeras posiciones la que hace que, disputando la frenada
de la chicane a Roberts y Guibernau, salga recto e impacte contra el muro llevando
tan solo 8 minutos de carrera. Dicen que el accidente fue toda una incógnita –desgraciadamente
ya son muchos así-, ya que no hubo marcas de frenada en el asfalto y en ningún
momento el piloto hizo ademán de tomar la curva. Pero a toro pasado a quien le importa.
Este fue el final de uno de
los circuitos más sorprendentes y bellos dentro del calendario mundialista. Un
circuito de los que poseen alma y dejan imágenes de asombrosa belleza, como la
de su chicane antes de meta, que ha servido de juez en innumerables finales de
carrera y ha dejado demenciales frenadas en grupo con huecos imposibles. No sé
si finalmente se trabajó todo lo posible
para retenerlo y hacer las reformas en materia de seguridad que los nuevos tiempos exigían para no hacerle desaparecer del calendario. Yo creo que no, y es posible que
hubiese mucho más interés en dejar a Motegi como único circuito –aquí en Japón
dejar dos en el calendario sería inviable- del Gran Premio nipón.
Suzuka… se te echa de menos.
Miguel Ángel Eguía.